MITOS Y LEYENDAS
Mitos y
Leyendas del hermoso departamento de Junín
Hace ya mucho tiempo, todo el Valle del Mantaro era una inmensa laguna.
Desde Jauja y Concepción, hasta el sur llegando a Sapallanga y Pucara, todos
esos lugares estaban bajo el agua. Los pobladores del valle en aquel entonces
tenían sus casas en las alturas de los cerros.
En el centro de la gran laguna se podía observar desde las alturas un
enorme peñón oscuro que salía de las aguas cada mañana. Esta gran peña se
llamaba Huanca y estaba donde hoy está la Plaza Huamanmarca, junto a la
Municipalidad de Huancayo. Paso el tiempo y la laguna se iba llenando y
llenando con las aguas de las lluvias.
Una vez, cuando los pobladores estaban en sus labores del campo; se escuchó
un enorme estruendo en una de las quebradas y tras el sonido pudieron ver que
las aguas de la laguna iban disminuyendo rápidamente. Sucedió que la quebrada
de Chupuro se había roto y por allí desaguaba la laguna.
Pasaron pocas semanas y el valle se fue quedando seco, para acortar
distancias entre los pueblos, los pobladores tuvieron que bajar hacia las
partes planas; siendo allí en donde lograron hacer nuevas construcciones para
poder habitarlas. El valle se fue quedando seco y se fundaron pueblos. Pero la
laguna no vació del todo. En Jauja quedó la Laguna de Paca y Chocón; la de
Ñahuinpuquio en Ahuac y la de Llulluchas en Huayucachi.
Existen muchas lagunas en el Valle del Mantaro, posiblemente parte del agua
que desaguo de la gran laguna, hayan quedado dispersas por todo el valle. Ahora
la Laguna de Paca es una de las más reconocidas y visitadas por los foráneos.
Era, por
entonces, explorador y cierto día, después de una ardua tarea de recorrido por
las montañas, durante doce horas, ya cansado y con las fuerzas rendidas, me vi
en la necesidad de retornar al pueblo. Los últimos rayos del sol se iban
perdiendo tras el murallón de los cerros y aún tenía cinco leguas de camino por
delante. La noche se extendió plena de oscuridad. Apenas si se veía a lo lejos,
el fugaz centelleo de los relámpagos y el parpadeo luminoso de los cocuyos como
chispas de un fuego invisible. Yo seguía sobre mi fatigado caballo, bajo las
sombras nocturnales. Tuve que descender por una quebrada en cuyo fondo corría un
rió caudaloso, continuando la marcha, me acerque a un puente solitario. La
difusa luz de las estrellas se volcaba sobre el agua. Cuando me aproxime más
aún, descubrí una silueta humana apoyada sobre la barandilla del puente. Le
dirigí una mirada sin acortar el paso. Había llegado casi a la orilla del río,
cuando sentí pronto la necesidad de detenerme. Lo que vi fue, entonces, una
pequeña sombra humana. Me volví acongojado, con un terror absurdo. No me
decidía a moverme en ningún sentido. Mi caballo se encabrito, pugnando por
seguir adelante. Sin saber lo que hacía, volví hacia atrás y al volver
temerosamente la mirada pude observar que la sombra seguía en su mismo sitio.
Un temblor indescriptible recorrió todo mi cuerpo. Tenía las manos crispadas y
me era imposible usar mi revolver. Quise gritar, pero sentí que las fuerzas me
abandonaban.
Iba a desmayarme
cuando escuche los lejanos ladridos de algunos perros y, casi simultáneamente
noté que la sombra saltaba hacia el río y se desvanecía en la superficie del
agua.
Esta laguna guarda entre sus aguas
las más fascinantes historias y relatos, ubicada en el Valle de Mantaro, en la
provincia de Jauja. Se ha convertido en el punto de encuentro de propios y
extraños.
Una vez bajo dios a la tierra. Llamo
a la puerta de una casa. Sin abrir le gritaron, ¡fuera sucio! Entonces siguió
su camino. A poco llamo a otra puerta, vivían allí dos pobres viejecitos que a
esa hora preparaban su comida en una ollita de barro. La comida era tan escasa
que apenas alcanzaba para una persona, entonces dios puso las manos sobre la
ollita y la comida aumento y de ella comieron los tres. Cuando terminaron dijo
dios: Vamos. El viejito antes de salir sacó de su casa su tambor. Subieron un
cerro. Los viejitos caminaban por delante, dios por detrás. Al cabo de un rato
dios pidió al viejito su tambor. Entonces dijo dios: no vayan a volver la cara
y soltó el tambor. El tambor rodaba sonando cada vez más fuerte. Los viejitos
volvieron la cara y quedaron convertidos en piedra blanca. El tambor rodaba,
rodaba, hasta que llego al pueblo y reventó. De él salio tanta agua que anego
los campos, las casas, hasta convertir el pueblo en una laguna.
TAYTA
CÁCERES Y LOS NIÑOS
Sapallanga es un pueblo al sur de la Provincia de Huancayo; Sapallanga
en quechua, significa “Tierra de Brujos”. Es un pueblo que aún guarda parte de
sus tradiciones e historia. En la Guerra del Pacifico, precisamente en la
Campaña de la Breña; la Segunda Compañía del Batallón Santiago del Ejército
Chileno, había tomado posición en la casa de la abuela Amalia Guerra.
Según
cuentan los antiguos, el ejército enemigo estuvo acuartelado durante casi dos
meses. Cada mañana cuando los pobladores pasaban frente a la casa de la abuela
Amalia, podían ver indignados la bandera chilena flameando en el interior,
mientras los centinelas oteaban la calle desde las improvisadas torres de
vigilancia.
Cuentan
también que Andrés Avelino Cáceres; el gran Mariscal Peruano de la Campaña de
la Breña, frecuentaba la zona vestido de mendigo. Quizá para hacer algunas
averiguaciones. “Déjenlo pasar, jugaremos un rato con él” –decía el Teniente
Gaspar. Sin saber que al ingresar, el brujo de los Andes podía ver la situación
en la que se encontraba el enemigo.
De
esta forma, el Mariscal podía informar a sus tropas que estaban acampando en
las alturas de Tayacaja. Los niños de Sapallanga estaban ansiosos por conocer
al Tayta Cáceres, por sus aventuras, los niños lo llamaban el Brujo Andrés.
Pero solo algunos de ellos pudieron verlo vestido de mendigo. Cada vez que
algún niño se le acercaba, éste sacaba un poco de cancha y queso de su bolso y
se los entregaba guiñándoles el ojo.
Según
el relato “Los Niños de la Guerra” de Roger Piñas; los niños que llegaron a
conocerlo fueron entre otros Matías; nieto de la abuela Amalia, Reinaldo y
Virginia, hija de un comerciante Andahuaylino. Eran los encargados de llevar a
lomo de mula, las provisiones para la tropa de Cáceres hasta el poblado de
Huayunka, a tres leguas de Sapallanga.
En la
primera semana del mes de julio, los ánimos estaban alterados entre los
chilenos, actitud que era percibida por los pobladores y en especial por los
niños que eran los más entusiastas en desalojarlos. Tras los rumores de llegada
inminente del ejercito de Cáceres, todos los niños salieron en tropa con sus
tambores de guerra y pasaron frente al cuartel enemigo haciendo un sonido que
retumbo en toda la calle principal.
Al día
siguiente se había desencadenado la feroz Batalla de Marcavalle, en donde el
ejército de Cáceres hizo retroceder al enemigo hasta Pucará, luego hasta
Sapallanga, luego hasta Huancayo, luego hasta el fin del mundo. Roger Piñas
describe muy bien la hazaña de los pobladores de Sapallanga y en especial la
labor de los niños diciendo, además:
“Por
eso, aquel 08 de Julio de 1882; la Segunda Compañía del Batallón Santiago del Ejército
Chileno, no podrá olvidar a los niños de Sapallanga”.
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